domingo, 4 de septiembre de 2011

El leopardo magno:

Nacía el alba en el horizonte, y un rojo escarlata como la sangre, se derramaba en el cielo, como presagiando alguna atroz batalla. Todo suponía que la hora se acercaba, mientras el melodioso cantar de un gallo gobernaba y paralizaba el lugar. Se sentía, la atmósfera cargada de aires de miedo y descontrol, en los finitos pelos de los brazos que se erizaban.

De la boca de los soldados escapaban espectros blancos crdos por el frió del amanecer, que venían acompañados de movimientos nerviosos e involuntarios por un miedo inexplicable. Eran infinitos, eran tantos que no se podía ver en donde empezaban o terminaban las filas militares, pero aun así temían de algo, era escalofriante ver como en sus ojos ardía el fuego del miedo y el sufrimiento. Cada minuto que pasaba sentían como si su alma muriera enfrente de sus propios ojos, “todavía quedaban cinco horas de sufrimiento” pensaban, cuando un aullido de una trompeta rasgo el soberano y absoluto silencio, consumiéndolos en un santiamén e infundiéndoles un terror que nacía directamente de una locura inexplicable, se podía ver casi como palidecían y sus almas en un respingo de desesperación salían por sus bocas en forma de frió.

“Pero ¿Cómo era posible, aun quedaban cuatro horas y media antes de su llegada?” gritaban en sus mentes los soldados persas desesperados y dejando entrever en sus ojos sorpresa inminente. Sobre la cima de la meseta se alzaban unas figuras oscuras, erguidos de espalda contra los recién nacidos rayos del sol que ocultaban sus rostros con un maquillaje tenue y eclipsado.

Luego domino el silencio y la desesperación, cuando el sol iba a mitad de camino hacia la cima, de entre los misteriosos soldados recién llegados se alzo una figura aun más misteriosa y majestuosa, era como un leopardo, una leyenda— su velocidad de dominio era impresionante —comentaban— y las cuatro alas de su espalda le otorgaba mucha más velocidad, cuando en conquista se trataba, era un experto estratega militar y muy bueno con los ataques sorpresa —lo cual los persas estaban confirmando en ese instante.

A su aparición los soldados, retrocedieron, se trataba de la gran bestia magna, era un conquistador sanguinario que venia a su derrota.

Un soldado de la bestia se acerco a los persas quienes rápidamente se pusieron en guardia levantando sus armas con valor, temían de que se tratase de una trampa o una estrategia de distracción.

—Alejandro el grande, les da la oportunidad de rendirse —anuncio el soldado de la bestia frente a los persas, tan cerca que los soldados miedosos notaban en él una mirada soberbia y satisfactoria.

—Por si no se dieron cuanta nuestro ejército es siete veces superior al suyo— respondió atropelladamente un comandante persa cobrando fuerza y confianza. —Nuestra respuesta es esta…— dijo mientras atravesaba su espada, dominado por el miedo, en el pecho del soldado de la bestia, los ojos del persa volvieron a tomar vida al darse cuanta de que no se enfrentaban a algún tipo de dios o algo parecido, sino a simples humanos de sangre roja y que ellos sin duda los superaban en número.

La bestia al ver que su informante caía de su silla, el descontrol del caballo y luego su cruel muerte por la ira que poseían los persas, apretó con firmeza y bronca el mango de su espada y comenzó a avanzar, las herraduras de los caballos resonaban en el suelo, como estridentes tambores que auguraban una guerra inminente, los corazones de los persas ya con menos miedo, comenzaban a saltar incitando a su sistema nervioso a liberar adrenalina y así prepararse para el porvenir, cada soldado sentía, como si una sustancia caliente pasara a toda velocidad por sus venas. Se oía el entre chocar del metálico acero de las espadas, los gritos de lamentos y el dolor resultado del impacto, se oía la aniquilación de los escudos de baja calidad de los persas, mientras volaban por los aires: cascos, espadas, lanzas, sangre y hasta cabezas decapitadas saltaban de sus cuerpos, dejando en su camino un largo chorro de sangre que caía por encima de los soldados, se podía ver una clara diferencia entre el ejercito de la bestia magna con el de los persas, aunque el ejercito persa los superaban en número y también contaban con la ayuda de los medos, la diferencia de experiencia en batalla, el continuo entrenamiento, y la diferenciación de poder y confianza se veía claramente reflejada a favor del leopardo, quien casi parecía que volaba a toda velocidad matando y aniquilando a soldado enemigo que se le atravesara en el camino. Era como ver una atroz batalla entre dos bestias poderosas, sin embargo la más experimentada y la que mejor use sus armas lograría vencer.

Daba miedo mirar el suelo, ya que estaba regado de sangre en el cual solo crecían cuerpos de hombres y caballos muertos.

El imperio medo-persa que alguna vez había logrado tomar la apariencia de un oso que se alzaba de un lado más que del otro y que entre sus dientes tenia tres costillas esta vez estaba muriendo frente a una bestia mucho peor, un leopardo alado, esta vez era el turno de Grecia de tomar el control de todas las bestias, aunque la batalla aun no había llegado a su fin, el resultado ya se podía apreciar con la victoria del leopardo, ya que el rey de los Persas había abandonado la batalla.

La segunda bestia moría en manos de la tercera… y la soberanía del imperio Persa se alzaba en las manos de Grecia.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Amigo pase a saludarte y me encontre con esta grata sorpresa, me gusto mucho leer esta historia.

Espero que estes muy bien, y muy pronto publicare. escribo un parrafo en mi cuaderno de notas cada mes :) pero pronto termino me toma tiempo... tengo que sentir lo que escribo...

te dejo un beso grande y un gran abrazo...

te quiero mucho..

besitos

EvaBSanZ dijo...

Fantastico relato, una narración de mi estilo y bien narrado.

Saludos